Nuestras miradas
se encaprichaban de las nubes
para evitar el temblor de encontrarse.
Desprendidos de cordura,
nuestros rostros anduvieron
inventando esquinas y calles
en las mejillas de la mañana.
Palabras a media letra,
sin sentido,
que no decían,
balbuceaban,
apenas sin rumbo,
a la deriva de un te quiero,
por escaparse de la voz
que pudiera pronunciarlo.
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